jueves, 31 de marzo de 2011

Enciéndanse las nuevas luces del viejo varieté


Durante los últimos 10 años, una innumerable cantidad de bandas vistieron al bar de 49 entre 4 y 5, llenándolo de tribus, recuerdos e historias de madrugada.

Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe
Fotos gentileza Viejo Varieté

“Disimular,
el espectáculo debe continuar,
la concurrencia espera:
sonrisas por afuera”
(“El Viejo Varieté”, María Elena Walsh)

El lugar había quedado vacío. Una veintena, o más, de vasos desparramados por el piso y las mesas junto con los vidrios de las botellas rotas son los únicos adornos que ahora lo llenan, mientras el olor a cigarrillo añejo se entremezcla con la humedad. En el centro de un escenario vacío, Jorge Romero, el dueño de lo que solía ser El Viejo Varieté, se lamenta aferrándose a los tangos que, desgarradores, despiden a máximo volumen los parlantes. Desde ahí, mira el espacio solitario y se permite recordar: “Tener un bar es un estilo de vida. No me imagino vivir sin tener un bar ahora”.
 “Yo no quería tener un bar”, admite el que hasta hace poco era dueño del local de 49 entre 4 y 5, para después explicar que su llegada al Varieté fue casi producto de la casualidad: “Yo era inversionista de acá, después se pelearon entre los socios que lo manejaban y ellos me dijeron que si quería recuperar mi dinero, me iba a tener que poner a trabajarlo. Y bueno, con Nancy, que estaba en la misma situación que yo, decidimos mantenerlo”.
El Viejo Varieté abrió sus puertas en 2001 y, con ellas, llegaron los músicos. Aunque los primeros meses eran “más tranquilos”, según jura Jorge, muy pronto se transformó en sede de cuanta banda quisiese tocar. Sin distinciones entre sonidos hardcore, heavy metal, punkie, ska, rock and roll de escuela Rolling Stone, el lugar se llenó rápidamente de gente que vestía música.” Como no sabía mucho, un día junté una banda rollinga con una punk. Se mataron. No sabía cómo eran las tribus, pero fui aprendiendo. Después, empezaron a venir chicos de todas las tribus que hay”, rememora sonriente Romero.
Así, por el escenario alfombrado de la rockería, pasaron músicos como Sergio Dewi, Callejeros, Flower Power, Cucsifae, Cabezones, Sin futuro, Charlie 3 y Los Parraleños. Imposible enumerar a todos, teniendo en cuenta que el Varieté era uno de los pocos lugares en la ciudad que podía “darse el lujo de trabajar de lunes a domingo” y que, claro, no tenía ningún tipo de restricción para las bandas que llegaban hasta ahí. “Los lunes hacíamos fiestas con extranjeros, los martes teníamos un programa de televisión que se llamaba Proyecto Bandas, los miércoles hacíamos tributos, y así llegábamos al domingo”, dice su dueño con orgullo.
Aunque la música en vivo fuese la vedette del local, varias noches se llenaron con los espectáculos de humor que hacían allí artistas como Juan Acosta y Jorge Corona. Eso sin contar la presencia constante del arte plástico plasmado en la gran cantidad de grafitis que adornaban las paredes del Viejo Varieté. “Me parece que el primer año que estuvimos, fue el único año en que los baños no estuvieron graffiteados”, describe entre risas Jorge.
“La crisis del 2002 fue terrible para el bar. Por suerte, los de la inmobiliaria vieron las ganas que le metíamos al lugar, así que nos aguantaron y congelaron el alquiler. Otro momento que fue muy fuerte fue cuando pasó lo de Cromañón”, reflexiona Romero, dejando en claro que el salón de calle 49 supo sobrevivir a todo tipo de conflictos excepto a uno, el último: “El Viejo Varieté fue muerto por los Bruera”. Intentando contener las lágrimas, Jorge cuenta como las políticas municipales en torno a la nocturnidad sumieron a su boliche en un recorrido sin retorno hacia el cierre definitivo cuando en 2010, finalmente, control urbano le quitó la habilitación. Y, entonces, no sólo se cerraron las puertas del bar, sino que también concluyeron las historias que en él se tejían: “Acá se han conocido parejas que años más tarde me traían a los hijos para que los conozca, o los chicos que venían y me dejaban saludos de los padres que, anteriormente, eran clientes”.
Aunque el proyecto de Jorge Romero se haya mudado al local que está justo al lado del que ocupó hasta el año pasado, él no puede evitar la nostalgia: “El Varieté no era sólo el nombre del lugar, el Varieté me dio un estilo de vida”. Sin embargo, ahora espera que Mi pasado me condena, su nuevo boliche, encienda las nuevas luces del viejo varieté.

De Garage – Marzo de 2011
(siempre es mejor la versión en papel)

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