martes, 1 de junio de 2010

The Plasticos en Biguá


Con letras explosivas, guitarras enérgicas y composiciones inconteniblemente frenéticas, Leo Road, Martín Zalazar, Cristián Sparapani y Gabriel Frasson lograron un milagro durante la noche del sábado: a fuerza de melodías bien ejecutadas, la gente olvidó por un momento las odiseas climáticas y deseó rockearla.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

La Plata, junio 1º (Agencia NAN-2010).- En combinación con varios riffs seleccionados con la picardía de quien sabe cómo dominar la escena más una seguidilla de letras explosivas, una melodía bien ejecutada logra milagros: el diluvio universal que promete que en cualquier momento caerán sapos sobre las calles platenses desaparece, el frío capaz de dejar caer seco a cualquier animal es un mero relato bíblico y, por fin, todo se cubre de una electricidad esperanzadora que dejará cuerpos deseosos de más delicias sonoras. El rock mueve montañas y, durante la helada noche del sábado, The Plasticos se vistió de mesías.
Es una de esas bandas con sonido típicamente platense. Un sonido que no es más que una sensación de complicidad y una sumatoria de guiños que oscilan entre la potencia y la distorsión de las guitarras de Peligrosos Gorriones, las entonaciones que recuerdan a los mejores días de Federico Moura, las letras plagadas de situaciones extremas y la mixtura de melodías inconteniblemente frenéticas con la tersura del pop. Con ese combo, y dispuestos a demostrar todas sus dotes de artistas locales, los músicos se erigen cerca de las 2 sobre el escenario de Biguá y disparan con “Late”. Leo Road, el vocalista, gritará sin ponerse colorado “baby, haces cualquier cosa por tenerme y yo quiero cogerte, no me importa perderte porque yo no me detengo”.
Sin necesidad de presentaciones, los Plasticos continúan con la homilía hasta convertirse en “Tu Dios”, desplegando una melodía contagiosa que rememora al cuarteto escocés Franz Ferdinand. Como en todo buen ritual, el público se queda inmóvil ante la promesa de la banda de llevarse a todos al mismísimo infierno y sólo se permite movilizarse para aplaudir cuando la tradición lo indica. Los ánimos se calman con el advenimiento de “No me obligues”, para después volver a caldearse con “Patrañas”, el rockabilly en el que el bajo de Gabriel Frasson tiene oportunidad de lucirse.
Cuando llega “Estrategia”, Frasson y Road, junto a la guitarra de Cristián Sparapani y la batería de Martín Zalazar, dejan en claro que no existen lugar y sonido que a la banda le queden incómodos, logrando descabezar las inclemencias y, como buenos profetas, demostrar que todo es superable cuando la base es sólida. Después, siguen “Anfibia” y “A tus pies”, la antesala perfecta para que, en “Clase B”, Leo cante endureciendo todos los músculos de su cara y en clara provocación a las nuevas celebridades del rock: “sos una estrella, tenés un club de fans, igual no te voy a mirar”.
Cerca del final, Caio Armut, uno de los personajes rockers más conocidos en la ciudad, aunque --extrañamente-- jamás haya estado al frente de una banda, es invitado por The Plasticos a abandonar el lugar de los fieles para cantar en “Toc”, una de esas canciones que es imposible no seguir tarareando aún horas después de haberla escuchado. Dispuesto a coronar la noche, Caio baila mientras corea “hey, psicodoctor, necesito medicina, please”, para después tironearse de los pelos y gritar “¡medícame!, ¡medícame!”. Por primera vez en Biguá, algunos de los espectadores rompen con la estructura para permitirse arengar al invitado que, hasta hace poco tiempo, era el único que se sacudía sin mesura al ritmo de la música desde el fondo del salón. El bajo ametralla anunciando la llegada de “Un ardiente beso”, la canción apta para demoler hoteles con la que Peligrosos Gorriones se despachó en los ‘90. Los roles se invierten y Sparapani es el encargado de darle voz a los versos histéricos que solía entonar Francisco Bochatón.
“Algunas noches me siento tan freak, y voy siguiendo la pista, voy corriendo a la pista, voy perdiendo de vista el que fui”, canta Leo Road en el último tema de la fecha, “No puedo dormir”. La melodía bailable de la canción, ejecutada con absoluta precisión, transcurre dispuesta a dejar en cada una de las células de los asistentes el deseo de ser acreedoras de más delicias en forma de sonidos eléctricos. Sin embargo, sin tiempo a bises, la peregrinación se hace inevitable, aunque manteniendo vivo el recuerdo del mesías plastificado que en la madrugada del sábado no sólo rebatió a las plagas climáticas, sino que además, durante casi una hora, se dedicó a dar una lección de cómo hacer buen rock platense.

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