martes, 28 de diciembre de 2010

Caminando por el microcentro


Durante la década del ’90, El Cafetal supo ser un tradicional café céntrico por donde elegían pasar transeúntes en busca de paz, y una de las rockerías más extremas de la ciudad. De las reuniones de las chicas Mary Kay a los pogos de Flema.

Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe

El Cafetal solía ser un lugar donde los extremos podían convivir cómodamente. Mientras un martes por la tarde, la vereda de 49 entre 6 y 7 se poblaba de los autos rosados de las revendedoras de Mary Kay que elegían a ese bar como punto de encuentro, durante la madrugada de los fines de semana una horda de chicos se apropiaba de la parte de arriba para, mientras escuchaba rock, festejar como si ésa fuese su última noche.
El Cafetal no siempre fue una rockería. Antes de eso, sólo era un café que, al estar ubicado en pleno centro, resultaba cómodo para quienes paseaban por la zona. Algunos pocos, como Jorge Hoyos Ty, eran asiduos al local porque, aunque parezca extraño, les resultaba “muy tranquilo”. Poco tiempo después, a principios de los ’90, el bar de 49 y 7 dejaría de ser sólo un negocio elegido por transeúntes que buscaban paz, aunque conservaría esa característica durante la semana.
La transformación de El Cafetal en un reducto para rockeros sucedió luego de que Sandra Laffaye se asociara con Laura, la hija del dueño del lugar, quien les permitió utilizar un espacio en el primer piso. En un principio, el bar era pequeño y ahí tocaban únicamente bandas locales. Luego, se convirtió en un boliche donde llegaron a haber mil personas. “Atrás había una cochera. Yo le pedí al padre de mi amiga que me diera esa parte y le dije que se la iba a llenar. Nos la dio un sábado, en el que tocaron Confites, armamos una barra y explotó, había 800 personas. Ahí arrancamos”, recuerda Sandra.
En el escenario de El Cafetal todos los viernes y sábados tocaba alguna banda local o de Buenos Aires. Así, por ahí pasaron Please Bis, Los Confites, Viejos, Sucios y Feos, Murciélagos, 30 monedas, Ataque 77, Los Piojos, Los Brujos, Flema, Pappo, La Mississippi, Memphis, La Bersuit y Los Calzones Rotos, entre muchos otros.
La mayoría de los rockeros de la época iban en algún instante de la madrugada por El Cafetal. De esa manera, aunque al lugar llegaran seguidores de las bandas que tocaban durante cada una de las noches, progresivamente el bar se fue haciendo de una clientela estable. “En un momento, la atención era medio personalizada porque me acordaba de lo que tomaba cada uno”, dice Sandra mientras destaca una de las mayores virtudes del lugar: ahí todos se sentían como en su propia casa.
Otra de las características que Sandra recuerda del bar, es lo extremo que podía llegar a ser: “Lo peor era cuando se cortaba la luz. Ahí empezaban las corridas y volaban botellas. Después, teníamos que reponer las mesas que se rompían durante las peleas”. Sin embargo, cuando la batalla campal terminaba y la electricidad lo permitía, otra vez sonaba la música de los Rolling Stones, Sumo o Divididos y “fiesta, a bailar”.
Gracias a la convivencia de ambigüedades y extremos, son muchas las historias que se tejieron en torno a El Cafetal. La mayoría de los rockers de la ciudad tiene alguna anécdota para contar del lugar, aunque casi todas las veces los detalles se diluyen entre tragos y peleas. Sólo una persona, quien hoy parece un ser inubicable, quizás sea la única capaz de narrar exactamente lo que sucedía ahí: Vilma, la encargada de cuidar el baño de chicas, que siempre llevaba un cuaderno consigo.

(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 25 de diciembre de 2010

Imágenes de Mañana - La Ira del Manso (Independiente, 2009)


Por Carolina Sánchez Iturbe

Con una promesa, así empieza la historia. La fotografía de tapa de Imágenes de mañana anticipa que las 12 canciones del álbum estarán llenas de momentos de inquieta calma, para después convertirse en un bosque complejo, donde será necesario contener la respiración para no perderse. La antesala del recorrido es “Saldrá el sol”, la canción que jura que al final todo estará bien. Entonces, el primer segundo de serenidad explota sin previo aviso en una distorsión que recuerda porqué el noise es el rey del ritmo vorágine. Y la sangre, en ese bosque, hierve. Después, llega el momento de “Me voy”, que en un minuto y medio encuentra el tiempo suficiente para plantear la necesidad de partir hacia un mañana en el que el mundo no pueda lastimar los nervios de Charli, el cantante de La Ira del Manso. Preámbulo perfecto para saber cómo lidiar con las “Langostas” que cayeron del cielo, con las mentiras de una mujer que, infiel a su palabra, nunca llegó en otoño, y con la fragilidad que enmudece. Todo para después sobrevolar el agua en “Aviones” que conducirán hacia la segunda mitad del disco, donde el viaje será aún más sinuoso gracias a la persistencia de esa soledad que duele y aturde. Sin abandonar nunca el frenetismo disonante del noise bien ejecutado, el recorrido por las imágenes de La Ira del Manso oscila continuamente entre la tranquilidad esperanzada y la oscuridad de sentirse perdido con tanta forestación. “Fue la sal, esa sal que tiraste en mi espalda, ya no puedo cerrar las heridas, el secreto es descuartizarlas”, grita en “Sal” un Charli rabioso tras tanta ausencia, listo para treparse a un “Ascensor” que cierre la historia con la certeza de que la soledad será la mejor compañera cuando el cuerpo se eleve y observe esas imágenes de mañana que, para ese momento, ya serán pasado. Entonces sí, la promesa estará cumplida. Y en el bosque, el sol saldrá.

La Pulseada - Año 9, Nº 86, Diciembre de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

martes, 21 de diciembre de 2010

A un lugar con parlantes


Juan San Martín, el Cana, es una de las certezas del rock platense: cuando él se sienta detrás de una consola es capaz de hacer magia. La carrera frenética del hombre que, en menos de 4 años, diseñó numerosas salas, se inmortalizó en más de 300 discos y se convirtió en uno de los sonidistas más respetados del ambiente.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

Cuando se trata de rock, en La Plata hay certezas. Que la cantidad de músicos supera al número de cuadras del casco céntrico, es una. Que Juan San Martín, el Cana, hace magia cuando se sienta detrás de una consola, es otra. Señalado como el sonidista elegido por numerosas bandas, el Cana parece haber nacido sabiendo exactamente cómo hacer para que todo funcione a la perfección en cuanto recital haya suelto. Por ello mismo, resulta casi imposible pensar que hace poco más de 4 años atrás, para él era inimaginable convertirse un día en uno de los personajes más respetados del rock de la ciudad.
La relación del Cana con la música existe desde que el Cana es el Cana. Así, siendo aún un adolescente, él cantaba sus propias composiciones frente a Kaiser Calavera, la banda que compartía con Toto Almada, Gabriel Failla y Santiago Sanguinetti. En aquel momento, Juan también encontró la inquietud que luego lo llevaría a perfeccionarse y, más tarde, a convertirse en un experto del sonido: “No entendía por qué había grupos que sonaban bien y grupos que sonaban mal, lo mismo me pasaba con los equipos de sonido. Toto tenía unos Technics zarpados, que sonaban mejor que los Pioneer de no sé quién, así que empecé a investigar. Y cuando en el ‘99 conocí a uno de los ingenieros acústicos que trabajaba en el Teatro Argentino cuando se estaban haciendo remodelaciones, me intrigó mucho que el tipo tenía pleno dominio de las salas y de qué sucedía en cada lugar. Me dieron ganas de saber de eso”, describe.
Por aquel entonces, apareció lo que hoy Juan San Martín define como un modo de dar orden a su vida: el deseo de, al terminar el colegio secundario en el 2002, estudiar ingeniería electrónica. “La idea era hacer ingeniería acústica, pero en Argentina no había nada de eso y a Chile no me podía ir porque no tenía un mango, económicamente era un bardo”, dice para después asegurar que, aunque le cueste admitirlo, ésa carrera universitaria llena de operaciones matemáticas logró abrirle la cabeza al darle la base necesaria para experimentar y, en menos de un año, diseñar 25 salas.
Aunque en el 2004 el Cana haya dejado de pararse sobre los escenarios frente a Kaiser Calavera, la relación con la banda no se cortó. “Seguí relacionarme con los chicos, los ayudaba con el sonido cuando tocaban. Después me di cuenta de que tenía la oreja susceptible a encontrar ciertas frecuencias. Lástima que me di cuenta muy tarde, porque si lo hubiera usado para hacer música por ahí no estaríamos hablando”, sostiene entre risas para concluir asegurando que lo suyo es casi obra del azar: “Sin darme cuenta, terminé al lado de una consola”.
Una cosa lleva sin previo aviso a la otra y, tras empezar operando a una única banda, rápidamente Cana terminó trabajando con 15 grupos: “Seis meses después, lo conocí a Gonza (Voutoff) en una plaza, mientras estaba operando a unas bandas de barrio. El loco me pidió el teléfono y me preguntó si le quería hacer sonido a Estelares en Ciudad Vieja y yo, claro, le dije que sí. Eso me abrió un montón de puertas. Laburar fijo en algún lugar te permite jugar, ecualizar como vos quieras”.
Como si se tratase de una carrera loca contra el tiempo, durante los últimos 4 años Cana San Martín no sólo cursó la mayor parte de su carrera universitaria, se consolidó como uno de los sonidistas más preciados de la ciudad y diseñó una gran cantidad de salas, sino que además se inmortalizó en varios centenares de discos luego de masterizarlos. “En aquel momento, me prestaron un minidisc con el que grababa los shows y, cuando me compré una compu, les hacía un mínimo retoque. Entonces, alguien me dijo alguna vez que trabajaba de mastering y me puse a averiguar un poco. Así, me di cuenta de que necesitaba un buen parlante para escuchar si lo que estaba haciendo estaba bien o no. De repente, tenía 100 shows masterizados y en menos de un año aparecieron 100 discos, 20 documentales, un premio de acá, otro de allá. El año pasado, cuando festejamos los 300 discos en Ciudad Vieja, fue una cosa re loca”, asegura sin disimular la sorpresa que aún hoy le provoca tanto trabajo.
A pesar de haber sido convocado para trabajar con numerosos artistas reconocidos, como ser Non Palidece, Skatalites y No te va a gustar, el Cana mantiene el profundo respeto que siente por el rock platense. Así, no duda en confesar que elige “transpirar la camiseta” para bandas como Ánima y La Ira de Jaqke. “Yo soy muy agradecido con el under por la oportunidad que me dieron de mostrarme y porque aún hoy ellos siguen dándome de comer. Además, todo se vive distinto en el under, salen a flote otros valores”, relata convencido.
Entre las tantas certezas del rock platense, la del Cana es una de ellas. Cuando se sienta frente a una consola, él, de la mano a su afición por el sonido, hace su magia sin siquiera demostrar un poco de agotamiento en medio de tanta carrera frenética. Y aunque las operaciones numéricas hayan sido la base de semejante certeza, él jura que, como todo en esta vida, simplemente se trata de disfrutar: “Amo lo que hago y poder estar conviviendo con músicos, aportando a sus proyectos, me encanta. Que me paguen por escuchar música es lo mejor que me puede pasar”.

De Garage – Diciembre de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 18 de diciembre de 2010

Yendo de la Feria al Living, V.07!



::Séptima edición de Yendo de la feria al living!::
::música en vivo: Flavio Casanova Rockaband::
::street art: Luxor::
::expo de fotos: Flordg::
::musicalización: La Vagoneta Dominguera::
::el living se muestra::
::lo que el living nos dejó: Très Pupilas::
+ Feria de discos, pins y postales

Entrada libre y gratuita! No se suspende por lluvia!

Domingo 19 de diciembre desde las 15.30hs.
CC Estación Provincial, Andén (17 y 71)
La Plata

Organizan:

Colaboran: 

 Yendo de la Feria al Living es un espacio musical en la Estación Provincial, en el que podrás encontrar muestras de fotografías, gente haciendo street art, feria de discos y pins, bandas y más!

martes, 14 de diciembre de 2010

Melina Sarmiento en Wayqe Trinidad


Durante la madrugada del jueves, Melina Sarmiento, la cantante de Noches Florentinas, dedicó una hora a canciones románticas y sentidas capaces de recorrer los desiertos mexicanos, donde la soledad pesa y provoca deseos de ajusticiar al hombre que provocó tanto desamor.

Por Carolina Sánchez Iturbe

Un santo e inefable fervor anidaba en aquellos sonidos, que temblaban a veces apenas audibles, como susurros misteriosos del agua, para aumentar luego, dulce y agriamente, como lamentos de cuerno bajo el claro de luna
[Noches Florentinas, Heinrich Heine]

La Plata, diciembre 14 (Agencia NAN-2010).- La sordidez de la oscuridad es el lugar donde pueden cohabitar sin complicaciones los mayores encantos con los más terribles pesares. Así, durante las noches, esas manos que acariciaron en penumbras pasadas, saben convertirse en fantasmas que, sin tregua, conducen a las lamentaciones más profundas, aquellas con las que todo parece irreversible y sólo resta desear que un buen trago de tequila funcione como la solución apresurada ante tanto desconsuelo. Aunque, claro, de fondo la melancolía de un sonido desesperado no permita más que recordar una y otra vez que el mundo no ha sido bueno.
Durante la madrugada del jueves, Melina Sarmiento es el recuerdo constante de ese desamor. La voz desesperada y triste que entona rancheras mexicanas en medio de La Plata. Y aunque en la ciudad de las calles en diagonal no sea habitual olvidar las penurias en una cantina, el sentimiento es el mismo: el peso de la soledad aprisiona y, en el mejor de los casos, provoca deseos de ajusticiar al hombre que provocó tanto desamor.
La noche comenzó complicada. Ante un bar lleno de gente, el sonidista y sus acoples prometían ser los dueños de cuanto improperio flotase durante las próximas horas dentro de Wayqe Trinidad, el nuevo local de la ciudad dispuesto a abrir sus puertas al arte platense. Sin embargo, cuando Melina Sarmiento sube al escenario, todo cambia. La compositora y cantante de Noches Florentinas, la banda que nació casi de casualidad en 2006 luego de que Sarmiento convocara a un grupo de músicos para editar su primer disco solista, es dueña de ese tipo de magnetismo que pocos seres llevan consigo, siendo capaz de, con su tono de voz dulce y apesumbrado, enfocar toda la atención en sus canciones que, pronto, se convierten en una interpelación constante a mirarlas de frente, sentirlas en la piel y, finalmente, desarrollar empatía.
Casi como una declaración de principios, todo comienza con “Noches Florentinas”, la ranchera que narra con detalle ese “domingo más que se diluye en sombras”, mientras la guitarra de Melina Sarmiento juguetea con el slide de Jorge Vimercati y el violín de Fernanda Ortega. Segundos después, llega con forma de vals con reminiscencias mezcaleras la “Historia maldita” en la que puede devenir el enamoramiento con sus temores y certezas.
Tras los aplausos que cosecha el buen principio de Melina con su voz, guitarra, vestido negro y medias red rojas, los músicos cambian: aparece en escena el teclado Fernando Alaniz y el slide, finalmente, se disuelve para dar paso a “Lo que hay” y, posteriormente, a “La llorona”, la versión platense de la canción popular mexicana que cuaja perfecta con el sonido western impreso por la banda y la entonación grave de Sarmiento, dispuesta a pronunciar una y otra vez que quien “no sabe de amores, no sabe lo que es martirio”.
Con el final de “Castigo”, suena “Son risas y risas”, la balada oscura e introspectiva que pide que, aunque sea mentira y signifique inventar una historia, alguien diga que todo es color de rosas, una seguidilla de sonrisas frente al dolor, que con la noche adentrada ya es ineludible.
“¿Será el bosque y los cuerpos? Arrullando el deseo, me voy hacia otra orilla. Desciendo y desespero”, dice Melina en “Penumbras”, cuando el recital está próximo a terminar --sólo resta “Luto sin fin”, la canción que será merecedora del aplauso generalizado del final--. Y, entonces, ya no caben dudas: en la sordidez de la oscuridad pueden cohabitar sin problemas la dulzura de una voz y todo su pesar frente a la desesperante soledad.


Agencia NAN (www.agencianan.com.ar)

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una noche hostil y seductora


Durante los ’90, El Chacal fue la rockería en la que todo podía pasar, según recuerda Leandro Zavatti, el DJ del lugar. Del salvajismo de un público decidido a destrozar un local a los platos de fideos que reunían a los músicos antes de tocar.

Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe

“Lo mejor que tenía El Chacal era, al mismo tiempo, lo peor: nunca sabías qué iba a pasar”, asegura Leandro Zavatti, quien solía ser el disc jockey del bar ubicado en 8 y 42. Junto con El Cafetal y El Tinto Bar, ésta fue una de las rockerías estrella de los años ’90, donde músicos y rockeros asiduos se encontraban para, al ritmo de una banda, desconectarse del mundo.
Promediando la década de la explosión del grunge, el local abrió sus puertas conservando la estructura de lo que hasta entonces había sido una parrilla. Aunque esa fisonomía duró sólo un año, aún hoy hay muchos que recuerdan al escenario enjaulado que lo caracterizaba, dándole el estilo de “los bares texanos, que tienen un alambrado para que no les tiren botellas a los artistas”, agrega Zavatti. Luego, el lugar se convirtió en algo parecido a una cueva, donde la luz solar era la única que tenía la entrada vedada: “El Chacal tenía eso de pasar la puerta y que vos estabas o en el boliche o en La Plata. Te desconectabas. Era muy oscuro, las paredes estaban pintadas de un gris bien pesado; parecía que estabas en un sótano raro”.
Leandro era un privilegiado en el bar. Él era quien podía observar, “como desde una platea”, cada uno de los movimientos que sucedían ahí. “Al alambrado lo utilizaron para la cabina del DJ, quedaba bueno. Había una escalera de caños y arriba estaba yo con todas mis cosas. Era como un panóptico desde el que veías todo”, recuerda el actual conductor de El Planeador, el programa que se emite los sábados al mediodía por Radio Universidad, para luego describir cómo el lugar logró subsistir durante años sin personal de seguridad, que recién tuvo que ser contratado después de que el público de Attaque 77 destrozara el local.
Otro de los privilegios que gozaba Zavatti era la posibilidad de ver a los artistas debajo del escenario. Así, es dueño de numerosas anécdotas con Palo Pandolfo, Pappo, Richard Coleman y Willy Crook. Pero de todas, una de las historias que más recuerda es aquella que mostraba a Ciro Pertusi comiendo los fideos con manteca que había preparado Marcos, el dueño del bar, mientras del otro lado de la pared, sus seguidores sazonaban con pastillas el tetrabrik que tomaban. Luego, mientras que los músicos tocaban, “había tipos colgados del techo pegándole piñas al sistema de ventilación, arrancando las piletas de los baños. Fue terrible”.
El Chacal funcionaba única y exclusivamente como rockería, no era un lugar para ir a tomar algo, sino que ahí, de jueves a domingo, siempre tocaba una banda. Así, por el bar pasaron Bersuit Vergarabat, Los Visitantes, 7 Delfines, Dee Dee Ramone cuando hacía rock n’ roll de los ‘50, Las Pelotas, La Mississippi, Smith & Wesson, Las Pirañas Lunáticas, La Saga de Sayweke, Embajada Boliviana, Siempre Lucrecia y Las Rocas, entre muchas otras. Como buen reducto rockero, ahí tampoco se bailaba, excepto cuando, por alguna razón, el público se animaba y Leandro terminaba viendo al “tipo más dark de la ciudad bailando temas de Beach Boys”.
“El Chacal fue un lugar del que, todos los que fueron, no se olvidan. No sé si la pasaban tan, tan bien, pero no se van a olvidar. Y vaya a saber qué carajo de seducción tenía que no te ibas, te quedabas toda la noche”, asegura Leandro para después jurar que todas “las rockerías tienen esas cosas: son hostiles y seductoras”, como lo era El Chacal, donde era posible esconderse de una razzia, ver el mejor recital de una banda, sentirse amenazado cuando alguien pedía con insistencia que sonara Led Zeppelin, o tomar una cerveza con un músico. “Como no sabías qué podía pasar, podías vivir una noche inolvidable”.

(siempre es mejor la versión en papel)

lunes, 22 de noviembre de 2010

24 hour party people!


JP Estilista, Shella y DJP, las tres personalidades de Julio Pablo Laiño, son lo mismo: un único cuerpo capaz de sacudirse durante horas con la esperanza de que la fiesta nunca termine. De bajista punkrockero a DJ. De DJ a estilista.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

JP Estilista, Shella y DJP, en el fondo, son lo mismo. Cuando la noche se termina y sólo quedan los resabios, los tres, aunados en un único cuerpo que bailó hasta el hartazgo durante la madrugada anterior, juran que ellos no son más que “mercenarios del infierno que le rinden tributo a la fiesta”.
Lo habitual es ver a Julio Pablo Laiño, con sus brazos, piernas y torso, todos largos, sacudiéndose solo en medio de la pista. “Para enfiestarme, la gente no me importa. Yo me manejo solo, pateo solo y bailo solo… A veces pienso que tendría que ser coreógrafo: a mí me tiran un ritmito y tuc, tiro un paso”, dice riéndose el hombre que, además, se desempeña como bajista de Sin Futuro Superestar, estilista y DJ.
Un recital de The Charlie’s Jacket, una fiesta electrónica o un boliche son excusa suficiente para que él y sus tres personalidades sientan esa electricidad que les impide quedarse quietos. “Lo que me pasa es que me divierto mucho, la paso muy bien. Viste que a la noche todo es más extremo, se vive todo más al palo”, explica.
Aunque pueda resultar extraño, para JP sus tres personalidades son sinónimo de armonía entre “diferentes estados y sensaciones” que, por su cuenta, aportan algo a ese único cuerpo: “La parte de la banda, me da el rock, la adrenalina del escenario, tocar el instrumento. DJP, la fiesta. Lo que comparten Shella y DJP es mover a la gente. Y JP Estilista es el lado artístico anexado a la moda, pero profesional porque me es redituable”.
Esa conjunción de tres personalidades que están conectadas conformando a un solo hombre es quizás, en buena medida, el resultado del recorrido musical diverso que JP hizo durante los últimos 27 años y que lo llevó del rock al hip hop, del punk rock al electro, “y de ahí, a la fiesta total”.
“Arranqué con los Rolling y los Redondos. Tenía unos casettes de mi hermano y los escuchaba. Ahora, me bajo canciones de los Redondos y, no sé por qué, me gustan, las disfruto. Y los Stones… bueno, habría que hacerles un monumento a cada uno de ellos y a todos juntos, más que por la banda, por lo que representan”, narra JP para después relatar cómo un amigo cayó un día con Cypress Hill y Control Machete, obligándolo a investigar y, luego, a ahorrar para su primer disco: Hello Nasty, de Beastie Boys.
Inquieto, como hoy, Shella se encontró luego en “la velocidad en la música” que, en medio del verano y sus playas de vacaciones, lo llevaron al punk rock, cargado de Blink 182, banda a la que señala como fundamental durante su adolescencia, y de The Offspring.
“Después, cuando arranqué a salir de joda a la noche, que fue hace dos o tres años, me destapé y empecé a ver movidas, a entender cosas. Me gustó esto de la fiesta y entonces, ¿qué hice para poder estar más tiempo de fiesta? Me hice DJ y puse la música que me gusta bailar a mí”, sostiene con una sonrisa picarona DJP, quien además se confiesa como un “hitero mal” que es capaz de aceptar “cualquier melodía que mueva el cuerpo” y, por el contrario, rechaza “la música bajón, el indie y las canciones” porque lo “descomponen un poco”.
JP Estilista, Shella y DJP son, definitivamente, lo mismo. Tres personalidades que disfrutan de la noche y que durante el día caminan “por la sombra, deseando mutar en vampiro”. Tres personalidades que, en un único cuerpo, siguen sacudiéndose sólo para pedir que la fiesta no termine.
(siempre es mejor la versión en papel)

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Yendo de la Feria al Living, V.06!



:: ¡Sexta edición de Yendo de la Feria al Living! ::
•• Entrevista + acústico: Mostruo! ••
•• Expo de gráficas: Estación Provincial! ••
•• Street Art: Arte Motha! ••
•• Muestra de fotos: Lula Bauer! ••
•• Musicalización: Flavio Mogetta! ••
•• Instantáneas del living: Très Pupilas! ••
•• Feria de discos y pins! ••

Domingo 14 de noviembre, desde las 15.30hs.
Hall Central, Estación Provincial (17 y 71)
¡Entrada libre y gratuita!
¡No se suspende por lluvia!

Trae tu almohadón y hacete de un domingo como en casa!

 :: Organizan ::
••• Una valeriana, por favor! •••
••• Feria en la Esquina•••

:: Colaboran ::
••• Beat 64•••
••• Radio Universidad•••
••• Moholy Ideas Visuales •••

 Yendo de la Feria al Living es un espacio musical en la Estación Provincial, en el que podrás encontrar muestras de fotografías, gente haciendo street art, feria de discos y pins, bandas en formato acústico y más!

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Mister América en Ciudad Vieja



Una versión reducida y acústica de la banda legendaria de La Plata volvió a reencontrarse con sus canciones y con su público durante la noche del sábado después de dos años de silencio. Un recital plagado de imágenes y gestos fue suficiente para demostrar porqué la paciencia puede ser una virtud.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de The Dark Flack  (www.thedarkflack.com)

La Plata, noviembre 2 (Agencia NAN-2010).- Hay quienes dicen que la paciencia es una virtud que encuentra su justificativo cuando, como un mesías, aparecen los frutos. Y más aún si el fin de tanta espera llega con formato musical. Dos inviernos hicieron falta para que volvieran a sonar en vivo las melodías de Míster América, la banda que lleva 21 intermitentes años de carrera y que, sin necesidad de atravesar la autopista --y en parte, por ello mismo--, se convirtió en uno de los mitos del rock platense. Dos inviernos no lograron dictaminar la distancia que provoca la lejanía, proximidad ineludible cuando en la noche del sábado una versión reducida y acústica de la banda se trepa al escenario de Ciudad Vieja para reencontrarse con sus canciones y demostrar que la paciencia puede conducir a grandes momentos.
El sábado había sido alborotado. Desde temprano, músicos y público habían festejado el cumpleaños de Ciudad Vieja, el bar de La Plata que durante la última década abrió sus puertas a diversas propuestas artísticas, sin que el viento que sobrevolaba en la esquina de 17 y 71 fuera impedimento. Dieciséis bandas, solistas y agrupaciones musicales ya se habían hecho eco de la celebración y con el fin de la tarde, el escenario que hasta entonces se desplegaba contra el frente de la Estación Provincial, se había mudado a las inmediaciones del local agasajado a la espera de la aparición de otros once artistas.
Entonces, delante de un lugar apelotonado de gente, Míster América entraba en escena. Poco después de las 22 y acompañado por la guitarra eléctrica de Pilu Pontano y el teclado de Leo Giordano, Gustavo Astarita se acomoda sobre una silla y, mientras suena “Tanta charla”, canta “dame suave tu atención”. Primera ovación. El aplauso contenido durante dos años resuena sin mesura entre las paredes del bar. Desde la altura que proporciona una banqueta ubicada en el rincón más oscuro del escenario, los ojos claros de una nena observan directamente los rostros del público de su padre, que tras 730 días de espera, no intenta disimular la exaltación.
Luego del primer impacto, el cantante de la banda logra captar la atención durante toda la hora que dura el show. Así, en “Súper yo”, sus pies transmiten el vértigo de la melodía a fuerza de golpes propinados directo contra el suelo; durante “En la cabeza”, su mirada se posa fija sobre la gente; y con la llegada de “Sombra sol”, demuestra que su voz, capaz de entregarse a la expresividad de la música, superó al tiempo manteniéndose intacta, a la par que entona “tantas veces me dijiste tonta, tantas veces que ya no recuerdo”.
Tras el paso de ese “Tiempo” dado para las frutas maduren y caigan, similar al que la banda esperó para, aunque sin algunos de sus miembros, volver a encontrarse bajo los LEDs, le toca el turno a las “Palabras”. Ignoran la festividad del ritmo que rememora a la bossa nova para asegurar que el valor, en verdad, es dejar este mundo. Después, viene la esperanza. Con el fin de “Congelar”, una de las novedades de Míster América, Astarita asegura que tienen muchas canciones por dar a conocer y, con picardía, concluye: “¿Qué les sugiere eso?”. La gente inmóvil festeja, como si luego de tanta espera, fuese imposible lograr procesar la posibilidad de la aparición un disco nuevo. Y entonces sí, la “Dicha”, ante la cual la niña que hasta entonces fiscalizaba la escena desaparece imperceptible del escenario.
Incorporándose con lentitud del asiento, Gustavo Astarita termina de configurarse como el centro de acción por el que pasan los momentos de Míster América, aunque repita una y otra vez “Yo no soy tu gurú” y, por el contrario, elija minutos después autoproclamarse como un “Rebelde” que está “en la sala de la antifama”. El pequeño cuerpo del cantante empieza a retorcerse a la par de la exigencia jazzera de los versos de “Nada bueno”, para después parecer mucho más grande de lo que realmente es cuando sus brazos y piernas se transforman en extensión de la melodía de “Esclavo”. Después, es su rostro el que sufre la modificación, convirtiéndose en una sucesión de imágenes tatuadas y compuestas por expresiones gestuales que acompañan a “la sal que te hiere” en los “Terrenos de nylon”. Pura tensión que se resquebraja cuando, aflautando la voz, Gustavo dice divertido “soy tu dios, que en su amor te abandona por terrenos extraños” y consigue la risa de la audiencia.
Previendo el final, Pontano y Giordano se retiran lentamente del escenario, a la par que esquivan a los cuerpos que cercaron el paso ante la falta de espacios libres en el bar. Solo con su guitarra acústica, Astarita vuelve a tomar posición sobre una silla. Desde ahí, fiel a su estilo ecléctico, vuelve a mutar constituyéndose ahora como un ser que pide dulce y suavemente que le hablen del cielo y le den otra vida, “una en la que no pida nada, una que me lleve liviano, una en la que ya no me sueltes la mano”. Luego, intenta terminar el show pero, aunque haya sabido esperar dos años para verlo, la gente impaciente consigue que el cantante ni siquiera logre desaparecer de escena antes del bis. Entonces, es la “Despedida” y el semblante de Gustavo se deteriora progresivamente a la par que asegura haber escrito un nombre en la lista de cosas que le enferman, hasta terminar al borde del sollozo y repitiendo “debo librarme de ti”. Última ovación.
Definitivamente, la paciencia es una virtud. Más aún cuando el fin de tanta expectativa llega en melodías plagadas de imágenes que, tras dos inviernos de silencio, se consumen en una hora sentida con el cuerpo y con el gesto, una hora capaz de explicar por qué --más allá de la resistencia a la autopista-- una banda puede ser mito de una ciudad y viceversa, una hora suficiente para dejar a un centenar de personas esperanzado y, otra vez, cargado de paciencia para esperar por más.


sábado, 30 de octubre de 2010

Películas de rock hasta que salga el sol


El cine Cervantes fue sede del rock en todas sus expresiones: bandas locales y filmes de música pasaron por esa sala, ubicada en 51 entre 11 y 12. Fue el lugar del under más destacado de los ’70 y los ’80, cuando La Plata todavía no era la ciudad de los escenarios.

Por Ana Clara Bórmida y Carolina Sánchez Iturbe

La Plata no siempre fue la ciudad de los escenarios. Antes, cuando no existían los bares en los que las bandas ofrecieran recitales de jueves a domingo, los rockeros no tenían muchas opciones: la música en vivo se veía sólo en clubes de barrio, donde el sonido no era la vedette, en el Teatro Ópera, que estaba destinado a las grandes bandas de Capital Federal, y en el Cine Cervantes.
“En el Cervantes tocaban bandas de acá. Ahí todo era más under, inclusive las películas que proyectaban. Por ejemplo, los filmes buenos iban al San Martín y al cine Rocha y en el Cervantes era donde pasaban La canción es la misma de Led Zeppelin, Woodstock, Rock hasta que salga el sol; todas películas más rockeritas. Inclusive, cuando se pasaba cine más tradicional, no era del que estaba dentro del circuito comercial, era de segunda línea”, rememora Jorge Vimercati.
Más allá de que hubiera o no espectáculos, el Cervantes era una salida de fin de semana para los jóvenes de los incipientes ‘80. Así, los sábados por la madrugada ése era un lugar de encuentro, en el que la gente se juntaba a mirar filmaciones de rock: “Era como ir a un recital. Ibas al cine y te quedabas desde las 12 hasta las 5 de la mañana mirando películas. Encima, en esa época no había MTV, entonces la única posibilidad de ver a AC/DC, por ejemplo, era de esa manera. Además, estaba bueno que el que proyectaba a veces se copaba, y si estaban anunciados dos filmes, cuando terminaba de pasarlos, la gente le gritaba y ponía uno más”.
El cine Cervantes estaba en la calle 51 entre 11 y 12, justo enfrente de la Municipalidad y al lado de un negocio dedicado a la venta de libros religiosos. En su interior, había dos filas de butacas de madera frente a las cuales se ubicaba el escenario, que sólo era visible cuando había recitales y que, en los momentos en los que se proyectaban películas, estaba cubierto por una pantalla gigante. “Siempre íbamos con algún amiguito mayor porque si eras menor de edad, no te dejaban entrar. Igual, dependía de quién estuviera en la puerta. Había un chabón que nos dejaba entrar, pero nos decía que nos quedemos atrás”, relata Vimercati.
No cualquier músico podía tocar en el Cervantes. Ése era un lugar reservado para las bandas más convocantes de la escena under. Así, por ese escenario pasaron Farenheit, de la que formaba parte Richard Baldoni y Gonzalo Romero, Ultravioleta, AYZ, Carey, Tarot, Diseños y Viejos, Sucios y Feos. “Por ahí, esas eran las bandas más grosas que sonaban en ese momento en la ciudad y podían darse el lujo de hacer un Cervantes y llenarlo. También lo llenaban porque, como no había muchos espacios, iba todo el rockeraje de la época”, dice el fotógrafo y músico platense.
Jorge Vimercati se acuerda que en los ’80 tocó ahí con Diseños: “Fue un recital muy bueno porque ése era el único lugar lindo para que tocara una banda; era otra cosa, era más profesional todo. Además, en el Cervantes tenías que lucirte porque sabías que te iban a escuchar y a ver bien”.
En los ’90, con la llegada de las cadenas internacionales de cines, el Cervantes cerró sus puertas como la mayoría de las salas de barrio. Más tarde, se convirtió en sede de la Universidad Católica. De este modo, las películas de rock quedaron huérfanas, aunque las bandas no, gracias a la aparición masiva de bares cuando La Plata empezó a transformarse en la ciudad de los escenarios.

(siempre es mejor la versión en papel)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Imágenes Paganas


El rock no sólo se convirtió en la musa de sus obras de arte sino que también pasó a ser el estado de ánimo que la acompaña diariamente. Con ustedes, Claudia Piquet, la mujer que le da cuerpo y color a los sonidos.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

Para Claudia Piquet el rock es musa. Así, cada uno de los trazos que ella imprime en sus pinturas, sus murales y sus body paintings están atravesados por las guitarras distorsionadas, por las letras con “una carga social interesante” y, sobre todo, por esa cultura que la fascinó alguna vez, cuando aún era una niña y la dictadura militar intentaba sacar de raíz toda manifestación rocker que hubiera suelta.
Como las buenas historias, la de Claudia Piquet, o Peta, como le dicen sus amigos más cercanos, nació en un altillo. En aquellos días, La Plata todavía no era su hogar y, en cambio, las tardes de ella en Gualeguaychú se debatían entre las costas del río Uruguay y ese rincón en la casa de sus padres donde Daniel, su hermano mayor, había armado un lugar secreto en el cual dejar sonar la música que estaba prohibida en aquel momento. “Yo tenía 10 años y estaba escuchando a Daniel Viglietti, a Yes, a Emerson Lake & Palmer, a los Stones y a los Beatles. Mi hermano se traficaba los discos de vinilo. Era genial”, recuerda Claudia.
Poco tiempo después, llegó el verdadero interés, aquel que brotó cuando logró dilucidar que esas melodías la ponían de frente a la transgresión: “Lo primero que me interesó fue la mística del rock. Lo oculto atrae y mucho, más cuando empezabas a darte cuenta que estaba prohibido porque estaba relacionado con el placer, con el descontrol. Es muy raro que no te atrape esa sensación de esconderte en un altillo a escuchar cosas que no se pueden escuchar o a pertenecer a un grupo, porque los amigos de mi hermano armaban una especie de selección de gente que era parte de ese submundo. Entonces, pertenecer de contrabando siendo más chico estaba buenísimo. Era como una doble infracción”.
Pronto, muy pronto, para Claudia llegó la adolescencia en democracia. Los días en los que el rock nacional aparecía de a borbotones dispuesto destaparse la boca. Y ahí sí, la música lograba conmoverla, “producir la apertura de cabeza”. Entonces, Manal, Vox Dei, Spinetta, La máquina de hacer pájaros, Por Sui Gieco, Arco Iris, Pescado Rabioso y Almendra se transformaron en las encargadas de ponerle sonidos a las horas de Peta. “Eran todas bandas muy escuchables, muy suavecitas, con mucha letra”, explica.
Pero fue recién con el descubrimiento de León Gieco que Piquet se entregó por completo. “Él fue  el que me acompañó el resto de mi vida y de quien estuve en algún momento enamorada. En él encontré el tema para reflexionar y la canción para saltar. Encontré la coherencia, la lucha social, la representación de temáticas que tuviesen que ver con decir y hacerse cargo de mi ser en el mundo y ponerle nombre a las cosas, más allá de la metáfora que puede tener el arte. A Gieco, lo amo”. Tan profundo es el amor que ella siente por el salieri de Charly, que incluso cuando lo encontró casualmente durante el último verano en una playa de Río de Janeiro, no dudó en abalanzarse sobre él: “Salí como la peor de las fans, corrí, lo agarré… ¡y hasta pico ligué!”, dice sin intentar disimular esa risa que por estos días ya la caracteriza.
Otro de los hitos en la historia rock de Claudia fue su llegada a La Plata. Con una Facultad de Bellas Artes dispuesta a recibirla, Peta jura que por aquellos días la primavera del rock le permitió también “reforzar la imagen plástica que acompañaba a esos sonidos”, creando el lazo entre imagen y música que aún hoy sostiene mantener e incluso haber profundizado gracias a los trabajos body painting que realiza para numerosos músicos locales. “Lo que logré hacer fue unir estas dos pasiones de pintar cuerpos y estar con rockeros. El tema es el placer, es el pertenecer a ese segundo en el que decís vale la pena estar vivo. Así, logras hacer asible ese momento en el que sos feliz. Es que cuando vos ves a ese cuerpo bailando al lado de una banda que te gusta, como puede ser Narvales, Caudillos o Los Lugosi, es sublime”.
Después de haber cantado durante los ’90 en Bacanal (la banda que posteriormente se convirtió en Atila, el rey, y que ella misma define como intérprete de “un rock histérico”); de haber realizado una enorme cantidad de murales y cuadros; y de haber pintado una decena de cuerpos y rostros que, durante las madrugadas, le dieron movimiento a los sonidos, finalmente  Claudia entiende que la cultura rocker es musa. No sólo por la estética ineludible que la atraviesa desde aquellas tardes en el altillo de su casa de Gualeguaychú, sino, y sobre todo, por “el estado de rock” que dejó latente en su piel. Ese estado de rock que aún hoy la obliga a ser parte y que, según ella, “tiene que ver con una filosofía de vida que sabe de compartir y de las cosas que realmente valen la pena, y que implica elegir a cada segundo dónde y con quién querés estar”. Ésa es la gran musa de Claudia Piquet. Ése es su rock.

(siempre es mejor la versión en papel)

viernes, 8 de octubre de 2010

Yendo de la Feria al Living, V.05!




:: ¡Quinta edición de Yendo de la Feria al Living! ::
 Entrevista + acústico: Fede Kempff y Tarantinos!
 Street Art: Tormenta!
Muestra de fotos: Agustina García Orsi!
 Proyecciones: Sarna!
 Musicalización: Facundo Arroyo!
 Lo que el living nos dejó: Très Pupilas!
 Feria de discos y pins!

Domingo 10 de octubre, desde las 15.30hs. Hall Central, Estación Provincial (17 y 71)
¡Entrada libre y gratuita!
¡No se suspende por lluvia!

Trae tu almohadón y hacete de un domingo como en casa!

:: Organizan ::

:: Colaboran ::
Beat 64 

Yendo de la Feria al Living es un espacio musical en la Estación Provincial, en el que podrás encontrar muestras de fotografías, gente haciendo street art, feria de discos y pins, bandas en formato acústico y más!

martes, 5 de octubre de 2010

Crema del Cielo en El Pueblito


El sonido británico junto a las letras irónicas y sarcásticas de la banda de La Plata se apropió del escenario de uno de los tantos bares de la ciudad para demostrar que no existen motivos que sustenten el mantenimiento del rock bajo su forma insipiente y sin contenido.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías de The Dark Flack

La Plata, octubre 5 (Agencia NAN-2010).- Alguna vez, un repostero creyó que inventar un sabor de helado que mixturara la crema americana con un colorante celeste era una buena idea. Después, los niños fueron los únicos que comprendieron que esa mezcla era lo más parecido a probar un poco de cielo mientras que los mayores, reticentes a la posibilidad de imaginar imposibles, sentenciaron a la preparación jurando que no tenía sabor a nada. Algo parecido sucedió con el rock: alguna vez alguien dijo que era cosa de jóvenes, de espíritus salvajes con el tiempo y la energía suficientes para, de una forma u otra, cambiar las estupideces del mundo. Los años pasaron y alguien decidió que la única manera de hacer del rock una cultura digerible para la vida adulta era limpiarlo de contenido, dejándolo listo para no incomodar. Sin embargo, siempre hay alguien --como aquel repostero-- dispuesto a reírse de las formas e invitar, con la unión de texturas, a reinventarlas. Y el caso de Crema del Cielo, como el sabor del helado, es uno de ellos.
Con un sonido vinculado al rock británico, aunque no se encasille y se permita coquetear con las rememoraciones a The Doors y Los Beatles, el rock n’ roll rollingstonero y el noise de The Jesus and Mary Chain, Crema del Cielo llega durante la madrugada del viernes al escenario de El Pueblito, el bar platense que todavía está acostumbrándose a que los recitales sean moneda corriente entre sus paredes. “Te persiguen”, la canción instrumental de Espíritu de Clase, el último disco, sirve de introducción. Ante la certeza de que todos los instrumentos sonarán de forma correcta, Gabriel Rulli saluda y, junto a Fernando Glombovsky, Lautaro Ramírez, Daniel Rulli, Eduardo Carreras y Leo Giordano, se transporta a “Playa Negra”, ese lugar en el que California y Tucumán pueden unirse sin ningún problema.
Minutos después, la banda de La Plata hace uso del sarcasmo que la caracteriza mientras entona divertida “los sabios del mundo nos cuidan haciendo prohibir una planta”. Antesala de la declaración de principios que, acompañada por melodías perfectamente redondas, ya caracteriza a la Crema… y que continúa cuando en “Hoy” se permite cuestionar abiertamente el aislamiento que provocan las nuevas tecnologías.



Lejos de hacer bandera del cambalache de Enrique Santos Discépolo, la banda cree en el cambio y, por eso, frente al centenar de ojos que la observan intentando contener los impulsos de sacudirse a riesgo de golpearse contra alguna de las mesas que minan el espacio, los músicos regalan una canción esperanzada mientras juran que “el hombre no quiere ser robot y tarde o temprano matará a la moda”. Ayudada por el clima introspectivo planteado en “Canción a la moda”, y porque un hombre es su pensamiento político, su construcción social y un cúmulo de sentimientos, Crema del Cielo se prepara para cantarle al desamor. Así, “Quiero ser un hongo” abre paso a uno de esos momentos que se producen sólo a veces en los recitales, cuando una melodía logra llenar los rincones y crear identificación en quienes la escuchan y la tararean con el énfasis de quien está convencido de que esa letra es capaz de vestir una experiencia.
“No tengo que pedir permiso, ante ninguno me arrodillo. Mucho mejor si te molesta, si eso es ser negro, soy negro de alma”, canta Gabriel mientras se toca el pecho. Haciéndose eco de la irreverencia de la banda, que a esta altura de la historia resulta liberadora, un par de chicos saltan como en la cancha, con los brazos extendidos y desde el fondo del salón. Como quien no logra contener más los impulsos, Fernando, el guitarrista, se tira de rodillas en el escenario para después levantarse de un salto y sacudir la cabeza. Irreverencia pura y necesaria.
Cerca del final y con olor a bis, llega “Amsterdam”, la balada del primer disco de la banda que, como todas sus canciones, incluye un punto de explosión que invita a dejarse llevar. Después, casi con un pie arriba del escenario y otro abajo, la insistencia de la gente consigue que Crema del Cielo ironice la “Navidad en el country”, donde “los hermanos se juntan para rezar”, mientras brindan con una marcha militar invadidos por la tranquilidad que les da el revólver que guardan en la cómoda “por si alguien quiere saltar el cerco perimetral”.
“Fucking cowboy” es la última frase que gritan entre todos, aquella que queda resonando, como si lograse resumir la lucha social que ellos dirigen desde sus canciones, en la cabeza de quienes vieron a la banda en acción durante esa madrugada de viernes en La Plata. Y más tarde, en muchos persiste el sabor de la crema del cielo, que se ríe ante las formas establecidas y que poco, muy poco, tiene de insípida.


miércoles, 29 de septiembre de 2010

El Perrodiablo: “Una fiesta caótica más que un hecho violento”


La banda platense se permite gritar, patalear y sacudirse visceralmente en cada uno de sus shows y arremeter contra la dictadura de la imagen, invitando a entender al rock como una ideología que, en una de ésas, “haga del mundo un lugar más intenso”.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías gentileza de Manuel Cascallar

“No son vacaciones raras, sino que somos cabrones
intentando asegurarse la inmortalidad en 40 minutos de show,
una ceremonia ritual para hacer del mundo un lugar menos peor.
Esta es la vida que llevamos, es la vida que elegimos.
Y hay una sola garantía: ninguno de nosotros verá el Cielo”.
[El Perrodiablo]

La Plata, septiembre 29 (Agencia NAN-2010).- Con el torso desnudo, brilloso por el efecto del calor de las luces sobre el cuerpo, Doma se revuelca en el piso. Sin soltar el micrófono, patalea como un chico empacado, se retuerce como si algo realmente anduviera mal y, de un salto, se incorpora para dar patadas al aire e impulsándose y a los gritos pelados saltar sobre las cabezas de quienes lo observan. De fondo, un “rocanrol que a veces se desequilibra para el lado más garagero, más punk, más proto rock y a veces se convierte en algo más psicodélico o más reventado y crudo” acompaña la escena, convirtiéndola en un ritual sucio en el que los deseos de expulsar a sacudones a la vida autómata son tan inevitables como la mirada absorta en cada show de El Perrodiablo. Después, cuando la banda deja de tocar, esos cinco hombres parecen ser otros y la calma se apropia de ellos.
Con las remeras cubriéndoles el cuerpo, El Perrodiablo se mira y se permite pensar en el rock como una actitud de vida, que persiste incluso ahora, cuando la efervescencia de alto voltaje que lo caracteriza se encuentra en reposo. “El rock nos hace creer en algo más que lo inmediato, en algo más profundo. Nos da respuestas que ni podemos explicar, pero que hacen que cuando toquemos dejemos todos los animales sueltos, sin ataduras. Lo que hacemos es experimentar un grado de libertad mayúscula, una conexión sin represiones con uno mismo, y esa probablemente es una de las enseñanzas más zarpadas del rock como ideología o cultura. Porque para mí es más que musiquita”, asegura Doma a Agencia NAN.
“Con las cosas que se han hecho en nombre del rock, lo dejaron bastante desnudo de sentido. Entonces pareciera que todo debiese ser más frío, algunos dirán más profesional como si fuese una empresa, menos sentido en el cuerpo, pero a nosotros la electricidad nos hace sentir plenos”, explica el vocalista de la banda platense que ya lleva más de tres años en la ruta y dos discos cultivados, para después asestar el golpe final contra la matemática en la música: “Lo que veo que se perdió con el tiempo, no sé si por la tecnología, por el acceso a la información, por la dictadura de la imagen o por qué mierda, es el poder de conectarnos con lo emocional. Es más fácil conectarse con una supuesta inteligencia intelectual que con una inteligencia emocional porque las emociones te exponen. Y bueno, nosotros nos exponemos. No me gustaría terminar pensando con la calculadora como un Iván Noble”.

Ese deseo incontrolable de festejar sin pruritos de la música es lo que unió a Doma, Chaume, Lea, Alfonso y Nico a las filas de El Perrodiablo. A partir de entonces, de reconocerse como pares en “una noción bastante primate de disfrute y de goce”, hallaron un punto de encuentro que los llevaría a convertirse en una banda dispuesta a escupir en la cara de los demás su construcción de lo que debería ser el rock, aunque eso les haya valido que los describieran en más de una oportunidad como violentos. “Tantas bandas se preocupan de lo visual, de lo que está bien, de lo que queda bien para tal o cual estilo musical, que al final lo que hacen es decir 'esto soy yo, tal como querían que fuese', y sin embargo no son más que una representación del rock. Entonces cuando nos conectamos como nos conectamos, gritamos como gritamos, tocamos como tocamos, esa relación con el fuego mismo hace que se dé la asociación con la violencia, aunque nosotros tocando seamos más bien una fiesta caótica que un hecho violento”, asegura Doma al respecto.
Siempre que se está ante algo difícil de explicar, las categorías abundan intentando clasificarlo. Así, durante estos años El Perrodiablo no sólo se ganó el título de violento, sino que también fue catalogado como políticamente incorrecto --lo cual, para sus miembros, es “un elogio precioso en una sociedad de mierda”-- y como combativo: “Somos una banda que cree que el rocanrol, aún con sus negocios, sigue siendo un agite de rebeldía, de libre expresión; así que eso debe decir que estamos para el combate, al menos en estos tiempos. Ahora hay mucha cosa de clasificación por géneros, que es casi una estrategia de marketing propia de la industria. A veces el under repite eso, como imitando algo que no es el mejor modelo para imitar. Son como recursos para conseguir un público definido para un producto preparado a tal fin. Todo a medida, desconectado de la emoción genuina. Una cagada”.
Lo cierto es que para El Perrodiablo las reglas del rock parecen claras: sentir la música con el cuerpo, ser libres creativamente sin importar los prejuicios y buscar que las condiciones para tocar sean justas para todos. “No tenemos ganas de estar pagándole la cuota del auto a alguien que pide una luca para que toquemos 35 minutos un viernes a las nueve de la noche, a cambio de vender cien entradas. No somos siervos”, dice convencido el vocalista.
El Perrodiablo no vive unas “vacaciones raras”, no juega al rockerito los fines de semana para después, habiéndose sacado de encima la sarna, vivir otra vida durante los demás días. Lo de la banda platense, según jura Doma, el hombre que se arrastra en cueros por el suelo en cada una de sus presentaciones, es una forma de entender el mundo a partir del rock: “Es nuestra cultura, la que curtimos y pateamos. La que vivimos todos los días, aún cuando no estamos tocando. No es que nos metimos en la música para pertenecer a alguna movida o vivir una época loca. Es nuestra pasión. Y creo que por eso está ese impulso de borrar límites, de hacer que cada recital sea irrepetible porque es un momento único, que aparece, sucede y se va. Y devolver esa sensación de que cada show es el show del día final, tiene algo que ver con hacer del mundo un lugar más intenso, más despojado, más libre, más... mejor”.

* El Perrodiablo se presentará junto a Fantasmagoria y El Festival de los Viajes el próximo viernes a las 21.30hs en ZAS Zaguán Sur, Moreno 2320, Ciudad de Buenos Aires.


Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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