lunes, 9 de noviembre de 2009

Guardan el Secreto? En Biguá



En un estado de placentera introspección, los asistentes a la cuarta edición del ciclo multidisciplinario pudieron disfrutar de las artes de Carmen Italia, Lucía Delfino, Ayelén Zeballos, Arial 12, Xava y Andrés Buglio, de las poesías cantadas de Julieta Rimoldi y de las canciones de Diegomartez.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)

La Plata, noviembre 9 (Agencia NAN-2009).- Tres muñecas vestidas de bailarinas gritan. Piden que durante esa noche de sábado alguien las abrace, aunque sea por obligación. Se prenden a cuellos y espaldas y, recién entonces, se calman. Después, otra vez empiezan los alaridos. Se acercan a las personas y, sin lugar a la indiferencia, ofrecen carpetas con trabajos de fotógrafos y artistas plásticos. La gente acepta el juego que propone la cuarta edición de Guardan el Secreto?, el ciclo multidisciplinario que se realiza anualmente en La Plata, y se sumerge entre los folios y papeles que Carmen Italia, Lucía Delfino, Ayelén Zeballos, Arial 12, Xava y Andrés Buglio supieron llenar con sus obras.
El patio de Biguá, el bar platense dispuesto a mutar a la par de las propuestas de los artistas que ahí se congregan, se convierte en el lugar de espera, charla y cigarrillos. Entre las mesas con discos y prendas de vestir, el público juega a ser parte/sombra de las proyecciones que disparan directo contra una pared. Hasta que la sala queda a oscuras y, envuelta de pies a cabeza por una tela blanca e iluminada solamente por una linterna que la acompaña en el encierro, Agustina Amar recita un poema. El silencio llega gradualmente, al mismo tiempo que la actriz lucha, contrayendo su cuerpo, contra el género que la aprisiona. La escena dura sólo unos minutos, los suficientes como para inaugurar la introspección que los músicos buscarán contagiar.
Julieta Rimoldi llega sin equipaje desde la ex Capital Federal, se abraza a una guitarra prestada y se ubica en el centro del escenario. Evitando las presentaciones, rasguea una melodía. Segundos después demuestra que de un cuerpo pequeño y delicado puede emerger una voz capaz de acariciar cada rincón con su dulzura. Desafiando las reglas de la posmodernidad, no se apresura y permite que los sonidos se sucedan a su propio tiempo y, con absoluta calma, canta breves poesías. Cuando llega el fin de algunas de sus canciones, se dirige al público. Le habla con tranquilidad, lo hace parte de su arte narrándole historias de su cotidianidad. Después, otra vez, sus cuerdas vocales rozan el límite que pueden alcanzar mientras los dedos se deslizan sobre las cuerdas de la guitarra acústica.
“En el bosque todo parece estar vivo, hasta las piedras que esconde el fondo del río”. Con pequeñas odas, Julieta le rinde homenaje a la naturaleza y a la tierra, a esa misma tierra a la que le dedicó un disco entero. Sin mesura, invita a imaginar paisajes verdes iluminados por un cielo abierto, en los que sea posible dejar de lado los templos de hormigón y descansar, al fin. Antes de despedirse, Rimoldi agradece la presencia de personas dispuestas a escuchar sus canciones y diseccionarlas para admirarlas.
“La carpeta de tu hermana, la carpeta de tu hermana”. Apenas la cantautora baja del escenario, las muñecas rompen el silencio y jugando entre ellas, corretean por el bar repartiendo piezas artísticas. Se levantan la pollera, lanzan risotadas y abordan al público obligándolo a participar activamente del evento. Vito y Matías Borraz le piden a la gente que piense un tema para una obra de teatro: Amor-odio”, grita un chico. Durante tres minutos, los actores improvisan sobre el escenario una historia en la que un padre le enseña a su hija el significado de sentimientos tan polarizados. Las risas se suceden y la pareja no intenta disimular el nerviosismo y la felicidad que le provoca estar ahí. A lo largo de un cuarto de hora, las narraciones se suceden, los cuerpos y los rostros se convierten en la única herramienta que los artistas utilizan y el público, entusiasmado por la posibilidad de guiar el espectáculo hacia el puerto que desee, pide un bis. Rompiendo las reglas del teatro tradicional, el dúo regala una última interpretación alentada por los aplausos.
Una de las muñecas sube al escenario y se sienta sobre un cajón peruano. Sin dejar de lado su personaje de movimientos articulados, se convierte de a poco en Natalia Lucía. Mientras tanto, sus dos compañeras, que ya se mezclaron entre la gente, piden silencio con un gesto. La guitarra de Diegomartez logra que el bullicio llegue a su fin y la única voz que se oye en Biguá es la de Celeste García, que permite que su femineidad entone las estrofas que Lucia baila con movimientos suaves. Tras cuatro temas, Diegomartez canta, demostrando la capacidad de conmoción pública que se esconde en sus cuerdas vocales. Detrás de él, la mujer articulada sigue su danza mientras las otras dos muñecas riegan el escenario con pétalos de flores. De a ratos, la bailarina se transforma en vocalista y acompaña al músico.
Lucia describe sensaciones. El relato recorre la profunda felicidad y el malestar extremo que un cuerpo experimenta ante el enamoramiento. Después, simplemente se pregunta si ése sentimiento realmente existe. Como intentando refutar la posibilidad de que el amor sea sólo un invento, Diegomartez le canta a un par de “ojitos” que lograron hacerlo sufrir y no duda en asegurar: “Odio cuando me haces reír, eso hace que te quiera más”.
El sonido agudo de tres alarmas invade el lugar. Las muñecas, junto a una chica que hasta hace minutos bailaba frente al escenario, recorren el bar llevando relojes en sus manos. La guitarra se fusiona con los despertadores que se transforman en instrumentos musicales, mientras el cantautor pide tiempo “para entenderte”. El privilegio del que gozan las voces de Lucia y Diegomartez no admite dudas. Lo demuestran durante todo el show y, como si fuese poco, ella se luce permitiéndose agudos que rememoran a la afinación utilizada por las mujeres originarias que cantan lamentaciones, para que luego él cante a capella y sin amplificación.
Después de una hora en la que Diegomartez se presentó como un auténtico trovador del siglo XXI, él y Lucia se despiden. Con la ausencia de las muñecas revoloteando, se hace difícil revertir el silencio que se apoderó del bar. El estado de placentera introspección permanece y todos parecen dispuestos a guardar el secreto acerca del lugar donde se alberga la belleza; acerca del secreto que esa noche, y tan solo por esa noche, los participantes pudieron conocer.

http://guardanelsecreto.blogspot.com/

www.agencianan.com.ar

1 comentario:

Lali Varveri dijo...

gracias mil!!!!!!!!!!!!!!!

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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