miércoles, 26 de agosto de 2009

Señor Tomate y Los Álamos


El lunes es un día atípico para ver bandas. Aunque sea feriado, es como verlas un domingo. Sin embargo, Los Álamos y Señor Tomate se las ingeniaron para, durante más de dos horas, sacudir el cuerpo de los inquietos.


Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (www.flickr.com/danpeople)


Durante las dos horas de espera, el centenar de seres que se acercó hasta el Centro Cultural Islas Malvinas de La Plata se humedece agolpado en el patio interno del lugar. El calor humano deja de ser una posibilidad y la sala en la que se realizarán los shows de Señor Tomate y de Los Álamos se transforma en la meca.
Recién cerca de las diez de la noche, las puertas se abren, dejando al descubierto a un salón vacío, que, por la carencia de las habituales sillas, llama la atención. Es inminente la llegada del rock.
Los Álamos se trepan al escenario y, automáticamente, un sonido que tranquilamente podría musicalizar una película de Quentin Tarantino invade el lugar. Con la guitarra electroacústica colgada al hombro, Peter López, el cantante de la banda, rememora la actitud recia de Neil Young, mientras se permite entonar letras en inglés, completando la escena que invita a despegar los pies del suelo.
Los Álamos son un combo perfecto. Se ensamblan y logran que esos sonidos propios de América del Norte no resulten lejanos para los oídos argentinizados. Aunque el lugar parece reducido para la cantidad de gente, alguna que otra pareja intenta bailar algo parecido a un cuarteto tomándose de las manos. Mientras tanto, la banda suena en su mayor potencia posible, aunque sin aturdir, envolviendo al público en un trayecto que por momentos parece lisérgico.
Jonah Schwartz, el extranjero de Los Álamos, casi todo el tiempo toca la mandolina como si se tratase de una guitarra eléctrica en pleno solo. Cuando se apodera de una armónica, resulta claro que la manera de interpretar los instrumentos es una cuestión de actitud: para ser rocker hay que sacudirse.
El recorrido a través del sonido de Los Álamos es coherente. El orden de las canciones parece ser estudiado meticulosamente, buscar que el clima se caldee poco a poco, de la mano del sonido que trascurre in crescendo hasta concluir con el cantante revolcándose en suelo del escenario, mientras la banda ejecuta los últimos golpes sobre su presa, hasta por fin terminar de asesinarla.
Después de una hora de show, y del bis obligatorio, la espera vuelve a rondar por el lugar, aunque ésta vez sólo dura quince minutos. Poli, la cantante de Señor Tomate, aparece en escena escondida bajo un sombrero de lana de llama.
Las imágenes de ambulancias, enfermeros deformes y pastillas que adornan al escenario presagian el ambiente que crean los Tomates durante su hora de espectáculo: las canciones plagadas de letras afectadas psiquiátricamente parecen un juego digno de ser festejado con el cuerpo como en un rito liberador.
“Nos gusta bailar lentos, por eso hacemos estas canciones”. Después de invitar al público a moverse, la frontwoman de la banda ironiza acerca del tono depresivo que acecha constantemente a sus melodías, para luego volver a cantar sin temor a parecer desafinada.
A diferencia de Los Álamos que no dejaban ningún hueco de silencio en sus interpretaciones, Señor Tomate sortea los baches que el sonido de dudosa calidad y sus propias composiciones le ubican en el camino. Como si las pequeñas imperfecciones fueran imperceptibles, la gente no deja de sacudirse pegada al escenario, dando a entender que esa fiesta de lunes es un regalo imposible de rechazar.
“Si el tiempo es tirano y el mundo que te calcina, saquémonos el peso pesado por ir a contramano”, corea el público, al tiempo que mueve los brazos y se dispone a dar saltos de alegría mientras Poli canta “nací para ser así, creo que está bien que me veas así, tal cual soy”.
Cuando Señor Tomate se despide, todo parece volver a la normalidad rápidamente. La gente se retira del lugar casi de inmediato, dejando otra vez a la ciudad desierta, como en cualquier lunes ordinario, quizás intentando llevarse consigo la catarsis, con forma de emoción suicida y de sobreexcitación lisérgica, que experimentó durante esta noche.

www.vuenoz.com

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