martes, 21 de julio de 2009

Fer López Camelo y Pablo Krantz en Ciudad Vieja


La baterista, guitarrista y cantante platense y el cantautor porteño radicado en París compartieron escenario en un bar de La Plata, desde el que entregaron canciones sin barbijo y convirtieron la noche de jueves en un paisaje delicado, sutil y suave que acabó enamorando a los presentes.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Agencia NAN

Buenos Aires, julio 21 (Agencia NAN-2009).- Mientras La Plata se congela bajo una humedad que llega junto a la amenaza del inminente fin del mundo, en Ciudad Vieja se crea un microclima. Más allá de la estructura antigua del bar de 17 y 71, que rememora a los arrabales, cuando Pablo Krantz y Fer López Camelo suben por turnos al escenario del lugar, inevitablemente el ambiente se torna dulce, cálido y sensual. Endulzan el jueves. Lo convierten en un paisaje delicado, sutil, suave.
Sin intentar esconder su condición de extranjero en su propio país, por momentos Pablo Krantz canta en francés, haciendo honor a las tierras parisinas que desde hace años lo acogen. Acompañado por Juan Ravioli, Pablo Heredia y Pablo Varela, la banda se completa componiendo lo que podría ser un pernod que, endulzado, se sirve sin mesura para el público. Las imágenes se suceden. La guitarra acústica de Krantz ejecuta melodías que logran crear paisajes.
Como si se tratase de música ideada para complementar una escena de cine, al escucharla resulta imposible no imaginar un viaje por campos fértiles y verdes. Como si fuese un juego atractivo de llevar a cabo, la banda no duda en mutar constantemente, divertirse y, finalmente, contagiar ese carácter lúdico al público. El espectáculo se convierte en un trayecto que constantemente sorprende al coquetear con el francés, el español, las rancheras mexicanas, el pop y el rock.
Cuando una de las cuerdas del músico y escritor porteño se rompe, mientras “un buen samaritano del público” la arregla, el cantante monologa frente al micrófono, logrando que la gente, entusiasmada, se ría ante el acto improvisado. Después, con la guitarra eléctrica de Heredia al hombro, recita: “Si supieras cómo me fascina tu cuerpo semidesnudo en tu piscina, bajo el sol que cae de cuajo sobre tu belleza subacuática” y toca “Dans ta piscina”.
Con el instrumento con todas sus cuerdas en su lugar, Krantz invita a los músicos a seguir adelante. El estado de algarabía se extiende inevitablemente y, a partir de entonces, el público se ve envuelto en un clima que oscila constantemente entre la alegría extrema y la introspección contemplativa.Luego de recorrer por completo Les chansons d'amour ont ruiné ma vie (Las canciones de amor arruinaron mi vida), su último disco, la banda se despide. El centenar de cuerpos que se acercó hasta el bar platense pide un poco más de Krantz que, entusiasmado, regala un bis para después retirarse del escenario con una sonrisa enorme.



Minutos después, Fer López Camelo demuestra que la batería puede ser un instrumento femenino. Sentada tras el bombo, abre el show acompañada por Mora Mendez, Germán Giuliodoro y Juan Tibaldo. La voz suave de la cantante se apodera de Ciudad Vieja. Imposible no enamorarse.
Después de interpretar los dos primeros temas, Fer López Camelo deja su puesto detrás de la batería para abrazarse a una guitarra acústica. Junto a ella, el resto de la banda muta, multiplicándose y llegando, por momentos, a estar compuesta por seis personas más. Como si fuese una representación de los tatuajes de Fernanda, simples a primera vista pero llenos de pequeños detalles embellecedores, la diversidad de instrumentos interpreta melodías sencillas aunque plagadas de sonidos que las completan.
“Un, dos, tres”, Fernanda susurra y automáticamente la delicadeza brota de la mano de “El mago”. La cantante platense parece iluminada cuando su voz visceral y un poco temblorosa entona “si hubiera sucedido un sueño, como un árbol fundido en otro árbol, dos árboles fundidos en el cielo”. Si bien el magnetismo que provoca esa mujer de vestido escotado es un denominador común a lo largo de todo el show, llega a su punto máximo cuando se acomoda con su guitarra para interpretar una “dulce melodía zen”. Mientras tanto, Tibaldo, el bajista de la banda, se sienta en uno de los bordes del escenario y, acariciando las cuerdas, logra que un sonido distorsionado aporte un sentido casi místico a la canción. Mientras López Camelo canta, se convierte por momentos en una dama frágil, que invariablemente se encuentra “desnuda y evidente al fin”.
Después de despedirse y volver al escenario, Fernanda se acomoda detrás de la batería para interpretar la última canción del jueves. Mientras la banda suena, un grupo de hombres no logra contenerse más e, imitando a animales excitados, aúlla. El paisaje parisino logró poseer a esos seres que, junto a una mujer que demostró cuánto placer se alberga en el deseo, se enamoraron irremediablemente.

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